
Si me preguntaran cuales son los dos temas fundamentales que puede ayudarnos a
despejar el malestar que se adueña de nuestro presente; diría que uno es la noción de “el
otro como un espejo” y "el sentimiento de compasión”, el otro.
El primero nos ayuda a liberarnos de prejuicios y creencias con los que construimos una
versión novelada de nuestra historia, de quienes somos y qué nos pasa, y el segundo nos
da la comprensión que necesitamos para pulir nuestro corazón y derretir con ternura el
frío que sentimos por el miedo de vivir. Aunque ambos están unidos íntimamente hoy
vamos a entrar en la noción de “el otro como espejo”.
Comencemos desde el principio.
Un espejo es un instrumento que refleja la luz en forma de imágenes; y así como el
estudio de la naturaleza de la luz es muy profundo y preciso, llegar a comprender cómo
y qué reflejamos entre nosotros implica gran complejidad. ¿No te resulta asombrosa esa
posibilidad? Cuando me pregunté cómo era posible que nos reflejemos en el otro, la
respuesta la encontré al saber que uno de los mayores descubrimientos del
funcionamiento de la mente humana es la verdad psicológica de que ¡¡cualquier cosa
que deseemos esconder la proyectamos en los demás!!
Observar esto con detenimiento y comprometer mi propia experiencia en la observación
me fue ayudando con el tiempo a encontrar mayor serenidad al no tomar las cosas como
una propiedad privada. Así se fue liberando en mí un espacio de creciente atención
amorosa, unido a una comprensión cada vez más abarcativa.
Después de más de veinticinco años de trabajar con personas, puedo decir con certeza
que escondemos y por lo tanto podemos proyectar, tanto lo que nos avergüenza como lo
que no nos animamos a expresar. Tanto aquello de lo que nos queremos deshacer como
lo que nos sentimos incapaces de asumir.
O sea que contamos con dos movimientos diferentes para ubicar fuera nuestro tanto lo
que nos disgusta como lo que nos gusta, tanto defectos como cualidades, tanto rechazos
como anhelos, tanto el odio como el amor.
Por lo tanto, utilizar la noción del “el otro como espejo” es una clave para indagar en
nosotros y encontrarnos con un mundo complejo, hecho de refracciones, interferencias,
polarizaciones, inversiones y dispersión.
Estos movimientos son distintas formas que puede tener la dinámica del proceso de
proyección sin el cual no podríamos reflejarnos y que en nuestro universo humano
actúan en tres esferas; una es la manera en que nos relacionamos con nosotros mismos,
otra es la forma en que nos vinculamos con los otros, y la tercera es acerca de cómo nos
interrelacionamos con los hechos del destino, la realidad, Dios o como quieras llamarlo.
En estos tres universos se desarrolla nuestra vida y allí es donde proyectamos nuestras
imágenes e ideas. Utilizando la noción de “el otro como un espejo” podemos descubrir
más de una verdad personal.
Entonces, así como la excelencia de un espejo depende de su pulido, también en
nosotros cuanto más pulimos nuestra mirada, más claridad obtenemos acerca de aquello
que reflejamos, y esta experiencia que es abierta e inacabada nos forma y nos ayuda a
madurar.
Por lo tanto, un Sócrates, para dar un “ejemplo filosófico y contundente”, puede ser un
espejo donde por contraste podemos vernos cobardes, o por semejanza, descubrir el
deseo de ser verdaderos.
El gran poeta Walt Whitman lo sintetizó maravillosamente cuando dice al final de
Canto a mí mismo, “me contradigo, pues si me contradigo, soy inmenso y contengo
multitudes”. Sí, ... “somos inmensos y contenemos multitudes” ya que sólo el ser
humano puede moverse en diferentes dimensiones de ser.
El sentimiento de alegría que nos puede inundar cuando vemos un picaflor o el impacto
repentino que sentimos al ver el movimiento enloquecido de las copas de los árboles
mezclándose con el viento o el respeto frente al poder de un león, todo esto es algo que
agregamos nosotros.
¿Y cómo logramos ser más conscientes de ella, fluir y reconocer los obstáculos que de
allí surgen cuando nos relacionamos?
Observando nuestros pensamientos habituales, sus juicios, basados en la culpa y el
miedo e indagando en las reacciones emocionales que resultan de ellos.
Y nos preguntamos ¿cómo hacerlo?
Los terapeutas gestálticos somos expertos en el encuentro y desarrollo de recursos que
favorecen estas comprensiones, me gustaría compartir contigo algo que conmigo
compartió mi amiga Suravi, una clave que le dio Katie y que ella practica como un koan
y difunde con pasión. Es una manera sencilla que, llevada adelante con constancia,
ayuda a entrar profundamente en la complejidad liberándonos de la complicación.
Se trata simplemente de que cuando se me ocurre algún pensamiento enjuiciador me
pregunto: ¿esto es verdad? ¿Estoy segura que esto es verdad?
Comencé a practicarlo llevada por el entusiasmo de esta red de mujeres-curadoras,
entonces si pensaba: “Mi compañero ha dejado de amarme”, “Mi hija es
desconsiderada”, “Necesito más dinero para llevar adelante mis proyectos sociales”,
inmediatamente me preguntaba ¿es cierto? “Quiero que mis alumnos me presten más
atención”, “Mi amiga Sara es egoísta”, “Mi padre no debería fumar tanto”,
inmediatamente me preguntaba ¿estoy absolutamente segura que es verdad? Empecé a
detenerme, a observar esas ideas y al lograr mirarlas con una atención amorosa o sea sin
agregar ningún juicio, entrando en una pausa, comencé a darme cuenta que si era
sincera conmigo misma no podía decir que lo que se me ocurría era absolutamente
cierto; y cuando busqué pruebas para justificar mis argumentos y las miré con verdad en
el corazón, descubrí una y otra vez una cantidad de trucos increíbles para seguir
practicando el deporte más exitoso de todos los tiempo: tener razón, jugar a ser dios,
crear mi propio mundo perfecto y anunciar a mi audiencia interior que yo, los otros y el
destino mismo de la humanidad debía seguir mis ideas.
Lo empecé a ver tan ridículo que el solo y simple hecho de preguntarme ¿eso es
verdad?, me empezaba a causar una risa interna liberadora e incontenible cada vez que
me hacía la pregunta.
Aun así me di cuenta que a pesar de lo débil o absurdas de mis ideas no podía dejar de
pensarlas, inevitablemente me enfrenté con el impacto de reconocer que, aunque frente
a la observación, esos pensamientos demostrasen ser frágiles, igual me provocaban una
serie increíble de reacciones y estados de ánimo.
Si me venía a la mente por ejemplo “mi compañero no me quiere” podía llegar a inhibir
mi alegría con él como si solo estuviéramos ligados por la tristeza o el enojo o si
pensaba “mi hija es desatenta” me mostraba demandante con ella como si me debiera
algo. Y al revisar con cuidado y honestidad cada juicio, la idea de “mi compañero no me
quiere” se podía transformar en “yo no lo quiero” o “no me quiero a mí misma” o “mi
hija no me considera” en “yo no me considero” o “yo no soy considerada con mi hija” y
así ... así.
Entonces observar mis pensamientos y aprender a hacerlo con amor, ir más y más
dentro de mí, observar cada situación mirándola como un espejo y darme cuenta lo que
proyectaba en ella ... se convirtió para mí en una práctica en sí misma que me fue
liberando de un malestar innecesario, recuperando así la realidad del presente.
Lentamente me torné hacia mi corazón y un sentimiento de amistad por mí misma, por
los otros y por los hechos de la vida se transformó en un visitante esperado y compartir
esto es mi modo de amistad ya que es una manera de curar un tema común que nos lleva
al error de sentirnos solos y fuera de la vida.
Sin darnos cuenta nos volvemos adictos a estas ideas automáticas, las sembramos dentro
nuestro con respuestas emocionales y cosechamos de estas semillas hábitos en forma de
comportamientos, provocándonos desconcierto y ajenidad. Vivimos entonces en una
atmósfera interior negativa y pesada que nos llena de frustración y tensión, nublamos
nuestra percepción de nosotros mismos, definimos un comportamiento sin logros y
desconocemos nuestros límites en la cooperación con los hechos de la vida.
Así comprobé que la sensación de sentirnos un poco desequilibrados es el resultado
natural de esta atmósfera interior, alimentado por un estado mental basado en la
comparación y construido entre culpas y miedos. Si nos habituamos a este clima
podemos llegar a la idea de que esto es lo normal.
Por otro lado, comprobé que la vida se hace más sencilla cuando dejamos de luchar con
nosotros mismos y con el otro o con las cosas que no podemos controlar y que las
relaciones se hacen más fluidas si logramos recuperar un centro en equilibrio, siempre
balanceándose, perdiendo y encontrando su armonía en constante cambio.
Estamos diseñados en base a pautas de conexión entre diferentes mundos: el interno y el
externo, el yo y los otros, la paciencia y la impaciencia, la mujer y el hombre, una
manera de compartirlo contigo es pensar que podemos vivir de tres modos diferentes
esta conexión.
Una es el modo de la locura, donde el centro de la persona está “fuera de sí” o sea fuera
del interior de la persona que vive su presente en constante enemistad, la segunda
manera es la de los sabios o santos verdaderos que están “en sí”; o sea su centro está en
contacto con lo que se llama sus voces o guías interiores, reconocen su centro en un
sentimiento de amistad creciente con su ser interior.
La tercer manera es la de los llamados “normales” que somos la mayoría y que estamos
un poco afuera y un poco adentro, buscando siempre el equilibrio, perdiendo y
encontrando los componentes de cada mundo y los puentes de unión entre ellos.
Entonces cuando más buscamos en nosotros, más nos acercamos a nuestro ser interior y
al ir encontrándonos nos damos cuenta que es infinito. Y cuando más buscamos fuera
nuestro, descubrimos que también la búsqueda es infinita.
Y al darnos cuenta que podemos estar en el medio de esa infinitud, evocamos una
armonía y nos convertimos en un puente de amistad.
Como seres humanos pertenecemos a la superficie y a la hondura, a la tierra y al océano.
Otra forma de decirlo es que pertenecemos a lo que está fuera de la piel y a lo que está
dentro de la piel. Podemos vivir en la tierra, pero no siempre. Si cada tanto no volvemos
al mar, nos secamos, sin empaparnos con algo de rocío nos opacamos, estando tan
volcados hacia el mundo nos endurecemos con máscaras exageradas y si nuestras manos
no se abren cada tanto tomando algo vivo languidecemos recordando con nostalgia un
poco de amor. Es así como le damos vida al alma y nos hacemos fuertes.
Entonces, incluir la noción del “otro como un espejo” se transforma en una gran guía
que nos ayuda a madurar la aceptación de ambos extremos y al reconocer lo que
proyectamos podemos hacernos más fuertes y sentir una autoridad interior que nos
permite ser creadores y participes entre lo que está fuera nuestro y lo que está dentro
nuestro. De este modo nos vamos sintonizando con los insistentes caminos de la vida
que, con su irresistible atracción, nos impulsan inevitablemente hacia algo opuesto
donde podemos descubrir algo esencial de nosotros mismos.
Incluir la noción del “otro como un espejo” nos da un soporte para ir más profundo en
todo lo que se refleja y encontrar sentimientos y anhelos que son la base que nos realiza
como humanos, entonces, al descubrir lo que está por debajo del dolor genuino, quizás
encontremos el hambre de amor, o en las excesivas exigencias un camino equivocado de
encontrar la bondad, o nos reencontremos con nuestro propio poder al desenredarnos de
la confusión o acercándonos con delicadeza a nuestras heridas y cobrando fuerza para
estar “a cielo abierto” podremos sentir la libertad de salir de los espejismos.
Recuerdo una historia.
Un día el sheik de Jaipur invitó a su palacio a pintores, algunos venidos de China y
otros de Grecia y les encargó que decoren con frescos dos muros enfrentados. Fue
colocada una cortina entre los dos grupos que trabajaron día tras días sin ver la tarea del
otro. Mientras los chinos usaban todas clases de pinturas y dibujaban con gran
dedicación hermosas y delicadas figuras, los griegos pulían y alisaban el muro sin
descanso, tomados por una gran confianza. El día convenido el sheik se presentó con
parte de su corte en el gran salón. Primero fue a ver el lado de la cortina donde se
encontraban los pintores de la China, quedaron impactados al ver tanta belleza.
El sheik era amante de todas las artes y en especial de la pintura, entonces declaró sin
sombra de dudas que era imposible concebir algo más hermoso. Pero cuando la cortina
fue corrida, las pinturas de los chinos se reflejaron en el muro que los griegos habían
pulido a la manera de un espejo y algo inusual sucedió. El sheik cayó en una extraña
calma, era como si gotas de agua pura lo lavaran y limpiara por dentro, las mujeres de la
corte estaban brillantes como flores después de la lluvia, los griegos, los chinos, el sheik
y su corte, todos se sintieron sorprendidos ¿era posible que un reflejo fuera más
hermoso que el original? ... no era posible... estaban sorprendidos y las miradas se
encontraban y se convertían como por arte de magia en amistad y todos se sintieron
unidos más allá de la comparación.
Esa noche el sheik durmió envuelto en una sensación de gran calma y soñó con manos
de niños. A la mañana siguiente cuando se despertó resolvió con sencillez algunos
temas que hacía mucho que lo preocupaban.
No podemos saber con certeza que le pasó al sheik pero si sabemos que los niños
pueden ser una gran fuente de inspiración ya que reflejan las cosas con absoluta
claridad. Son un espejo ... ríen y lloran en equilibrio y así como las plantas van hacia la
luz, los niños nos muestran cómo es vivir en una posición no-comparativa y espontánea.
Podemos rozar ese clima liberador si aprendemos a utilizar esta capacidad de la
conciencia de reflejar y enfrentamos con honestidad lo que allí se nos muestra como un
camino de vuelta hacia nuestras verdades.
Todos los que saben han dicho que “la verdad libera” entonces es así como las máscaras
dejan de disimular el rostro original, como una fuerza vital nos mueve, siembra nuestros
campos y nos permite una espera con sentido, es así como recuperamos una certeza que
se refleja en una delicada y tenue luz y que nos indica que aunque tengamos la
sensación de estar perdidos, siempre hay algo dentro nuestro que nos acompaña con
amor.
... Hasta el próximo correo
Graciela Cohen