
No somos máquinas
Hay momentos donde sentimos “el crujir del albergue”, como llaman los españoles a
una gloriosa estación del alma tejida entre la desesperación y la esperanza, es
precisamente en esos instantes que el espacio donde habitamos nos resulta pequeño y un
malestar repentino viene y van momentos en que clamamos por la recuperación de un
sentido claro. Como borrachos vivimos en un presente difuso, viendo doble lo singular,
agrandando lo pequeño, chocando con lo grande y aplanando lo complejo.
Es entonces cuando “cruje el albergue” que tenemos en el cuerpo, en el alma o en los
otros, y la sensación de ajenidad no es un problema sino un llamado de emergencia que
nos dice: ¡Atención, has sido atrapado por la máquina de la insania errante, y estás
pasando a pertenecer a una colectividad anónima ... Atención! Es el tiempo del valor. Es
el tiempo de las pruebas. ¡Es el tiempo de abrir los ojos en medio de la noche y dejar
que el alma tome la dirección!
Entonces empezamos a recordar que...
No somos máquinas
Somos un proyecto de la vida, de Dios, del amor de nuestros padres o de la casualidad,
como más nos guste. Lo que es innegable es que crecemos y cambiamos, y nuestras
experiencias de vida nos achican o nos fortalecen, nos endurecen o nos ablandan.
No somos máquinas
A pesar de los intentos de forzarnos a encajar con un plan exterior, sigue viva una
espontaneidad vital que nos sostiene, portamos un mecanismo, pero no somos
máquinas.
Desde que nacemos un sentimiento de ser yo el que soy, empieza a unirnos con nosotros
mismos, sentimos el cuerpo y nos damos cuenta de nuestras necesidades; lloramos o nos
quejamos si algo nos duele o tenemos hambre, y nos relajamos satisfechos en el paraíso
de unión con nuestro cuerpo si todo está bien.
Después de un tiempo, llevados por algo más grande, nos miramos en el espejo y nos
reconocemos, volvemos a vernos mañana y seguimos viéndonos, sabiendo que somos
los mismos de ayer.
No somos máquinas.
La fidelidad a esta verdad nos ayuda a permanecer en el descubrimiento, y sabemos que
somos reales cuando nos damos cuenta de que podemos cambiar sin ser otro. Esto hace
que nuestra vida sea nuestra. Tener esta conciencia nos relaciona con un sentimiento de
pertenencia.
No somos máquinas
UN CAMINO REAL - Graciela Cohen
Ediciones Luz de Luna